Lenta, muy lentamente comencé a ponerme de pie. Tenía la boca seca y con sabor a sangre. Me dolían los nudillos y noté que el horrible olor a alcohol era mío.
...Sangre?
Corrí tan rápido que todo comenzó a dar vueltas y una vez que la nausea pasó, fui hacia el espejo mas cercano y en efecto, tenía un labio partido y un ojo levemente morado. Intenté recordar lo que había pasado anoche. Era obvio que me había peleado, pero con quién?
Abraham.
Abraham había venido. Tenía problemas, pero no lo había querido ayudar, era arriesgado para mi reputación en el trabajo. El susto que me había dado ese cabrón...
toc toc toc
Sonó en la puerta mientras todavía examinaba mis heridas en el espejo.
-Ya voy! - Grité y me arrepentí inmediatamente, porque hacía que la cabeza me doliera peor.
No va a ser la policía, no va a ser la policía...
Abrí la puerta.
Y era la policía.
Chingadisísima madre, pensé.
Un detective bajito, pelón y con cara de "este huevo del gobierno se va a quebrar fácil" estaba ahí parado como si la casa fuera suya.
- Si?
- Vengo a buscar a tu hermano. Y no te hagas pendejo, ya sabemos que estaba contigo.
- Si, ese cabrón. - Escupí sangre. - Me vino a buscar ayer. Todo lo que pueda hacer para ayudarlo a encontrarlo, oficial. Yo trabajo en el gobierno y le voy a agradecer mucho la discreción, usté sabe...No es bueno que a uno lo vean con ese tipo de gente. - Volví a escupir. El detective me sonrió.
- Veremos qué puedo hacer, si me cuenta qué hicieron anoche?
-Cómo no, oficial. Verá, ese cabrón...
Catorce horas antes...
Salí del trabajo sonriente y silbante. Había sido un buen día. Al llegar a mi coche no pude evitar notar una gran y brillante camioneta negra con lo que probablemente eran los vidrios mas oscuros que había visto en mi vida. Había alguien dentro. La puerta se abrió bruscamente, alertándome.
- David! - Gritó una voz familiar y un hombre grande como un oso salió de la camioneta: lentes oscuros, barba y bigote. Y pensar que la última vez que había visto a mi hermano era un espárrago lampiño.
- Abraham? - Dije, extrañado. Aunque estaba seguro que era él.
- Ya no me conoces, o qué, cabrón? - Me acusó amistosamente. Me ofreció la mano y aunque pensé que el saludo era algo formal, la estreché. Con ligereza, mi hermano me atrajo a un medio abrazo que terminó con unas muy dolorosas palmadas en la espalda.
- Qué haces aquí en Durango? - Pregunté.
- Pues visitar a mi hermano, qué chingados más? - Me dijo con un fuerte acento sinaloense y tal camaradería que parecía ser coincidencia no habernos visto en cinco años.
No le creí ni tantito.
- Qué flaco estás, chinga, esa mujer tuya no te alimenta, verdad? No, cuánto que hasta te pega. - Dijo mientras ignoraba olímpicamente uno de los 4 celulares que traía al cinto.
- Renata y yo nos divorciamos hace tres años. - Dije secamente. Eso pareció sorprenderlo muy poco.
- Qué bueno, esa vieja nunca me cayó bien. Pobrecito de ti, eso si. Te traía como pendejo. - Su voz bajó a un tono confidencial. - Ya tienes nueva morrita?.
No sabía si reírme o agarrarlo a putazos.
Después de varios minutos de conversación incómoda decidimos ir a un bar. Él con la esperanza de que yo me relajara un poco, yo con la esperanza de que se embriagara tanto que pudiera dejarlo ahí o irme sin decirle dónde estaba mi casa.
Justo antes de entrar al bar, otro de sus celulares sonó. Esta vez saltó como si se hubiera electrocutado y contestó rápidamente, señalando que yo entrara, que no se iba a tardar mucho. Así que lo hice y pedí una cerveza mientras deseaba que fuera su jefe, o alguien así y que Abraham tuviera que volver a Culiacán.
Mala suerte. El hombre entró como si fuera dueño del lugar, pidió un tequila (a las 6 de la tarde, pensé) y tomó asiento frente a mi.
Comenzamos a ponernos al corriente con nuestras vidas y aunque ya se reía muy fuerte, para el cuarto tequila seguía mas sobrio que un cura.
A las horas insistió que yo bebiera "como hombre" y me mandó a traer un trago del mejor güisky, a su cuenta. Y otro. Y otro.
- Abraham...Ya vámonos.
- Chingadamadreome. - Sonó como una palabra, luego no entendí muy bien lo que dijo y terminó con - Otra ronda para todos a mi cuenta! - Y los vítores y gritos del bar me aturdieron.
No estoy seguro cómo llegamos a mi casa, pero estoy seguro que fue un pinche milagro. Un momento de lucidez me golpeó cuando nos encontrábamos jugando cartas en la mesa de mi comedor con dos caballeros de aspecto dudoso y una dama muy, pero si muy pública.
Ya que se fueron me sentí un poco mejor y Abraham se veía casi igual de sobrio que antes.
Entre sueños lo oí hablar por su teléfono "importante".
- No, Centavo, chingado. Ya te dije que me voy a quedar por abajo unos días, no te puedo decir dónde estoy. Pues por la policía, pendejo! - Me desperté como si me hubieran bañado con agua fría. Policía?
Cuando mi hermano salió del baño, yo estaba listo para decirle que se largara de mi casa. Hasta la peda se me bajó.
- Eres un pinche egoísta! Trayendo a tus amigos narcos y a tus putas a mi casa, y si viene la policía a hacer investigaciones? Qué me van a decir? - Lo vi levantar el puño y antes de que pensara lo que iba a hacer, ya me lo estaba comiendo. Una vez. Y otra. Y otra. Le traté de pegar y me caí. Me pateó en el piso diciéndome que Nenita no era una puta y que si le volvía a decir así me iba a matar.
- Entonces tus otros amigos si son narcos? - Le pregunté en cuanto tuve aliento.
- Pues...qué te diré? - Comentó casualmente mientras se pasaba una mano por el bigote. Se veía ansioso.
- Y si viene la policía? - Yo estaba cagado de miedo, trabajo en el gobierno, y si tengo pedos con la chota, seguro me corren.
- Ya vienen. - Me dijo quedito. - Me acaban de hablar para decirme que ya tienen las placas de mi troca, que me tengo que cambiar de carro e irme a la verga.
Yo nunca había estado tan enojado.
- Y lo corrí de mi casa, oficial. Le dije que ya no era mi hermano y que no lo quería volver a ver. Que estaba dañando mi reputación y que algunos teníamos trabajos decentes que proteger.
El detective me sonreía como si fuera el mejor día de su vida.
- Estaba hablando con El Centavo Gómez? Y anda en la misma camioneta? - Me dijo tomando notas. Asentí.
- No vi que le trajeran otro carro, y la camioneta ya no está.
- Bueno, eso va a ser todo, señor. Muchas gracias. - Me estrechó la mano.
- A usted, oficial.
Y se fue.
Una hora después...
- ¿Bueno? - Contestó Abraham.
- Cabrón, cómo estás? - Le pregunté.
- Al tiro, compa. - Me dijo entre risotadas. - Se la tragó? - Agregó más serio.
- Entera. - Le dije. - Tu idea del Centavo si lo distrajo como creímos. Pero me debes una, porque se va a dar cuenta que era mentira.
- Te debo dos. - Me dijo. - Gracias por prestarme tu carro, cabrón. Te juro que esta si te la pago en cuanto pueda. Tu dime nomás qué quieres y lo vas a tener en la cochera en una semana a mas tardar.
Típico que siempre me pasa con mi hermano "perdido"
ResponderEliminar???????????
ResponderEliminarQué?
ResponderEliminarSorprendente. Buen post.
ResponderEliminarBueno y ésto a que viene?
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