Me conoces. . .
y cuando quiero decir
– “Tengo sed. . . ” –
tu boca me calma gustosa
las ganas y el hambre.
Y cuando estoy inquieto
tu pecho me aprisiona,
y dejas que llegue la noche.
Me conoces. . .
Y si vengo a tu casa cansado
te echas a dormir conmigo,
perdida en el extremo abismo
que supone la quietud
de mis destierros.
Te sabes de memoria
el camino que va y viene
por mi espalda,
y has marcado para siempre
esa huella de tu andar,
desde donde vives,
hasta donde muero por ti.
Ahora sé que tengo lunares
donde antes dormían mis penas.
Y tus piernas,
tus piernas me envuelven
sin que diga –“Tengo frio. . .” –
y haces de ti una hoguera,
que dura más allá
de la madrugada.
Me conoces. . .
Preparas el café como nadie,
con la medida exacta de alegría,
y lo guardas para luego.
Porque sabes que me gustas
cuando juegas al misterio.
Me conoces. . .
Y a veces quisiera que sin más
dejaras de matarme,
y exista entre los dos una tregua,
y salir al patio y echar a volar
tus causas y mis motivos,
y esas viejas caricias
que me hacías en las tardes
de los primeros días.
Me conoces. . . y yo a ti,
y nada sabemos del amor,
que será mejor
empezar a conocernos.
Augusto Ángel Grajales Manzo
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